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septiembre 12, 2025Lo ocurrido en la Casa Rosada este jueves no pasó desapercibido. Según trascendidos, el presidente Javier Milei sufrió una fuerte crisis nerviosa: levantó la voz contra su gabinete, amagó con renunciar e incluso habría intentado dejar el cargo, hasta que sus propios funcionarios lograron frenarlo y evitar que publicara su dimisión en redes sociales. Un episodio que, más allá de la anécdota, desnuda la fragilidad emocional de quien está al mando en medio de una crisis nacional.
La imagen de un presidente al borde del colapso se enlaza con la situación que atraviesa la Argentina. Un país donde el 63,7% de los ciudadanos asegura que cada vez cuesta más llegar a fin de mes, y el 65,1% afirma que su economía personal se deterioró en el último semestre. Como advirtió un referente de la Iglesia Católica, “el 70% de los argentinos se queda sin plata el día 14 de cada mes y vive en la cultura del no puedo”.
El gobierno libertario, que había prometido austeridad, orden y transparencia, hoy aparece marcado por escándalos, gastos millonarios y medidas que afectan a los sectores más vulnerables. Se recortan pensiones por discapacidad, se ajusta el presupuesto del Hospital Garrahan, se frenan obras claves, mientras en el Congreso se destinan fondos excesivos a trajes, autos, pantallas LED y hasta agua mineral. La “casta”, lejos de desaparecer, parece haberse reciclado con otro discurso.
Lo sucedido en la Rosada no es solo una reacción personal. Es el reflejo de una gestión debilitada, que no logra frenar la inflación, que acumula derrotas electorales y que comienza a perder respaldo entre quienes lo votaron esperando un cambio verdadero. Porque el cambio no era esto: no era vaciar el Estado sin construir alternativas, ni ajustar a los más débiles mientras se mantienen los privilegios de los más poderosos.
La pregunta que se abre en las calles, en los medios y en las redes es concreta: ¿puede gobernar alguien que amenaza con renunciar en medio de una crisis? ¿Es sostenible un proyecto que se desarma emocionalmente cada vez que tropieza con un revés?
La democracia requiere equilibrio, responsabilidad y vocación de servicio. No bastan las frases altisonantes ni los discursos encendidos. El país precisa conducción, no estallidos. Precisa soluciones, no exabruptos.
Lo vivido en la Rosada no fue un simple incidente interno. Fue una señal de alerta. La advertencia de que el camino elegido no solo es incierto, sino riesgoso. Y que, si no se corrige a tiempo, el colapso no será únicamente presidencial: será nacional.